Editorial del Programa de Radio Voces y Política, 4 de agosto, 2021

Según el Censo Agropecuario del 2014, el país registra una gran cantidad de territorio dedicado a la agroindustria. Un ejemplo de esto son las 37.657 fincas dedicadas a la producción de piña, así como las más de 19.000 fincas dedicadas al monocultivo de naranja (Cenagro, 2014). Ya desde finales del siglo XX y principios del siglo XXI, la Zona Norte se había convertido en uno de los espacios privilegiados para el desarrollo de estos monocultivos, los cuales llegaron a desplazar a otras actividades que habían sido fundamentales en la región, como lo fueron la ganadería y el cultivo de granos básicos para consumo nacional.

Como lo muestran los últimos resultados del sistema de Monitoreo del Cambio de Uso y Cobertura del Suelo en Paisajes Productivos (Mocupp), de las 65.670,68 hectáreas que abarca el monocultivo de piña a lo largo del país, un 67% se encuentran ubicadas en la Región Huetar Norte, en donde, además, se ubican los dos cantones del país con la mayor producción de esta fruta: San Carlos y Los Chiles respectivamente (Arguedas, Miller, y Vargas, 2020, p.26).

Sin embargo, parece que el desarrollo de dicha industria no se ha visto reflejado en una mejora en la calidad de vida de las y los habitantes de esta zona. Ya que, según datos de MIDEPLAN, en 2017 la RHN era la segunda más pobre del país, registrando un 28,7% de su población en condición de pobreza. Por su parte, el más reciente informe sobre el desarrollo humano cantonal, elaborado entre el PNUD y la escuela de estadística de la UCR, señala que 4 de los 5 cantones de la región se encuentran entre los 15 cantones con el menor índice de desarrollo humano a nivel nacional.

En términos generales, Morales y Segura (2017) señalan que existe “una relación directa entre el porcentaje de fincas destinadas principalmente a las actividades agrícolas, el porcentaje de hogares con necesidades básicas insatisfechas (NBI) y el porcentaje de pobreza medida por línea de ingresos”, así como una relación directa y positiva entre el empleo agropecuario y los hogares con NBI (Morales y Segura, 2017, p.223-224). Lo cual no hace más que dar cuenta de los resultados que, hasta este momento, se han derivado del modelo de producción monocultivista impulsado en el país desde la década de 1980.

Finalmente, una de las principales problemáticas que se desprende de este contexto han sido las crecientes brechas y desigualdades en el acceso a la tierra que se dan en esta zona del país, en donde las empresas monocultivistas acumulan rápidamente una gran cantidad de hectáreas, al tiempo que una importante cantidad de personas campesinas no tienen tierra para vivir o para producir, lo cual, además, se agudiza si se hace una lectura desde el género, siendo las mujeres quienes tienen menos acceso a este recurso tan fundamental para alcanzar una vida digna.

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