Por Julián Llaguno y Verónica Martínez Docente y asistente en Kioscos Socioambientales

Según el último Censo Agropecuario realizado en el 2014, aproximadamente un 47% del total de la superficie terrestre del país corresponden a fincas que son destinadas para la producción agrícola y pecuaria. Este dato da una aproximación de la importancia que tiene este sector para el país, por lo que vamos a aportar algunos elementos para reflexionar sobre la lógica general que rige una parte importante de esta producción, tomando como eje articulador, la agroindustria.

Dentro de este panorama, la agroindustria de exportación tiene un peso determinante en la composición total de la matriz económica, concentrando el 60% de toda la producción, que tiene como principales productos el banano, la piña, el café, la palma africana, las plantas ornamentales, la yuca y el melón. Según datos de la FAO (Tristán, 2012:217-222) la composición interna de cada uno de estos productos tiene una distribución muy disímil; mostrando una tendencia hacia la especialización y concentración en los casos de la palma, la piña y el banano. Las empresas Chiquita, Dole y Del Monte, controlan la casi totalidad de la cadena productiva de estos cultivos, desarrollando un esquema empresarial compuesto por filiales ubicadas en las regiones norte, sur y atlántica.

El resultado de este crecimiento, se debe en parte a la promoción estatal a través de varios subsidios como los Certificados de Abono Tributario (CAT), el apoyo logístico y de comercialización del Ministerio de Comercio Exterior (Comex) y la Promotora de Comercio Exterior (Procomer) y la desestructuración del sector de granos básicos. Según datos del censo agropecuario del 2014, los monocultivos de exportación con mayor crecimiento desde 1984 son la piña, la palma aceitera y el banano con un incremento de 1.422%, 295% y 65%, respectivamente. Estos porcentajes en términos de extensión en hectáreas significan 37.660, 66.420 y 51.758. En contraste, los granos básicos han disminuido 32% en arroz, 52% en frijol y 73% en maíz. Esta disminución se refleja espacialmente en 58. 540, 19.470 y 15.769 hectáreas respectivamente (INEC, 2014).

Algunas consecuencias de esta tendencia de promoción de la agroindustria de exportación ha sido el estímulo al crecimiento desmedido de los monocultivos en contraste con la producción diversificada, la reorientación del apoyo estatal a empresas transnacionales, el aumento en las importaciones de granos básicos y la presión por la tierra hacia los pequeños productores. Estos factores, aunados a la firma de decenas de tratados de libre comercio, han colaborado en desestimular la producción agrícola para el mercado interno, obligando a las y los pequeños productores a vender sus tierras, trasladarse de actividad económica o establecer contratos productivos y de alquiler de tierras con las empresas exportadoras.

Los casos más característicos de este esquema son los de la palma aceitera y la piña. En el primero la mayoría de la tierra cultivada está en manos de pequeños productores en el Pacífico Central y Sur del país que venden su producto a la empresa Palmatica, que es una división corporativa de Chiquita que controla el 60% de la producción y la casi totalidad de la comercialización. En el segundo caso, la siembra se concentra en las regiones norte, sur y atlántica con un esquema diferenciado territorialmente, en donde las empresas exportadoras controlan todo el proceso productivo en el sur y el atlántico, mientras que desarrollan el sistema de contratos con pequeños productores en la región norte. De continuar esta tendencia hacia la especialización, concentración y vocación exportadora de la agroindustria, el país corre el riesgo de depender de la importación para suplir las necesidades alimentarias de la población.

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