Por José Antonio Mora Caderón Y José Julián Llaguno Thomas, docentes Kioscos Socioambientales.

Cuando usted sale del mal-llamado Valle Central de Costa Rica (porque geográficamente no es un valle), se da cuenta de que las comunidades rurales se enfrentan a una serie de problemáticas asociadas a la tenencia de la tierra, el agua, los bosques, el suelo, el subsuelo y los saberes, es decir problemáticas que ponen los distintos territorios, comunales, locales y regionales como escenarios de disputas por determinados intereses, por parte de diferentes actores (sociales, económicos e institucionales) que interactúan de forma desigual en un mismo espacio.

¿Pero qué entendemos por territorio? Lo concebimos como un espacio geográfico determinado por el conjunto de relaciones sociales específicas que lo ocupan. En este sentido nuestra concepción toma como punto central las relaciones entre los seres humanos (entre ellas y ellos) y con la naturaleza. Es decir entendemos el territorio como una construcción social y no como algo que se da de forma predeterminada, por lo que su significado es distinto al de espacio, donde está contemplado específicamente la esfera natural (suelos, sustrato rocoso, vegetación, clima, relieve, ríos, entre otros).

Esta perspectiva implica situarse desde una visión multidimensional, compleja y dinámica del territorio, ya que trata de ser congruente con los procesos ecológicos, tomando al ser humano como parte de la naturaleza (y no como su centro), a diferencia de visiones técnicas y muchas veces positivistas que entienden esto como la gestión de los “recursos naturales”, con el fin de ser “explotados”. En definitiva, nuestra noción del territorio está marcada por las experiencias y conceptualizaciones críticas que se han generado desde las luchas de distintos movimientos socioterritoriales de América Latina, acompañados por sectores académicos y ecologistas que comparten esta visión de entender y estar en el mundo.

Viendo el territorio como espacio multidimensional, es importante recordar la variabilidad de actores e intereses, lo cual lleva a que se hable de “defensa”, “despojo” o “concentración” de territorios. Ejemplos de esto en Costa Rica se pueden ver a través de las distintas amenazas de concentrar los bosques en los pueblos originarios, para introducirlos en los mercados de carbono a través de los mecanismos de REDD+ y la resistencia de los bribris por mantener un manejo comunitario de los bosques, la expansión de los monocultivos como la piña y la palma africana en el Zona Norte, Caribe Norte y Sur y Pacífico Central y Sur que promueven la concentración de tierras, la construcción de megainfraestructura como el posible aeropuerto en Zona Sur, hoteles 5 estrellas, resorts, marinas, casas de vacación, apartamentos y canchas de golf en Guanacaste, proyectos hidroeléctricos en la Zona Norte y la Zona Sur, que despojan a las comunidades.

En síntesis, en medio del actual modelo de acumulación de riquezas, que ha provocado una enorme brecha social y por ende una distribución desigual del espacio, existen comunidades organizadas para defender los distintos elementos de la naturaleza, lo cual puede entenderse como comunidades organizadas defendiendo sus territorios, así como sus diversas manifestaciones culturales, sus saberes, historias, comidas, familias, cuerpos, es decir sus múltiples territorialidades. Finalmente, nuestra intención con esta columna es invitar al debate plural y crítico sobre las distintas territorialidades que se están construyendo en las comunidades rurales que están buscando formas de vida más orgánicas, justas, solidarias y equitativas.

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